26 febrero 2010


« La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo » (cf. Rm 3,21-22)
Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).
Justicia: “dare cuique suum”

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” – “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo… no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?
El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad
En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

Cristo, justicia de Dios
El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado… por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.


NATIVIDAD DE MARÍA: 8 DE SEPTIEMBRE ( ARCHIVO 2.009 )


La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor.

El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.
Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.

La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana, de la cual extraemos algunos párrafos:
“¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia!
¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres”.

Si pensamos por cuántas cosas podemos hoy alegrarnos, cuántas cosas podemos festejar y por cuántas cosas podemos alabar a Dios; todos los signos, por muchos y hermosos que sean, nos parecerán tan sólo un pálido reflejo de las maravillas que el Espíritu de Dios hizo en la Virgen María, y las que hace en nosotros, las que puede seguir haciendo… si lo dejamos.
Dios prepara la Maternidad Divina de María

Dios planeó desde toda la eternidad toda la obra admirable de la Encarnación del Verbo como culminación de la creación del Universo; y como quiera que en la mente sapientísima de Dios cabía simultáneamente la previsión del mal del hombre y de su restauración por medio del mismo verbo revestido de carne mortal, dentro de toda esta visión divina estaba también con preponderante papel, la persona y la misión de María Madre del Verbo hecho carne. Así, pues, la razón misma de ser de la Virgen María estaba en los designios del Altísimo aun antes del tiempo, en su carácter de Madre del Verbo Encarnado.

Nosotros pensamos y proyectamos, pero muchas veces nuestros proyectos, por hermosos y hacederos que parezcan, permanecen en la ineficacia; no ocurre así con Dios, cuyo poder no tiene límites. De ahí que, al pensar Dios desde toda la eternidad en María, Madre de su Hijo Unigénito hecho carne, confiera a esta elegida un carácter muy específico para su existencia. Por eso podemos concluir que la elección de María no es el escoger una persona determinada para una misión específica, sino la predestinación desde antes de los siglos de una Madre para Jesucristo.
La liturgia de la Iglesia dedica con insistencia a la Madre del Señor en sus festividades los textos de los libros sapienciales en los que aparece la Sabiduría, o la Esposa, en la mente de Dios desde antes de los tiempos:
“Desde el principio y antes de los siglos me creó, y para la eternidad viviré “(Ecl.24, 9).
“Yahvé me creó en el comienzo de sus designios, antes de sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes del origen de la tierra.”
“Cuando el abismo no existía, fui yo engendrada, cuando no había fuentes ricas en aguas. Antes que los montes fueran fundados, antes de las colinas fui yo engendrada ” (Prov 8, 22-25).
Estas expresiones son aplicables a la Madre de Dios.
En la Bula “Ineffabilis Deus” de Pío IX leemos cómo “El Dios inefable, habiendo previsto desde toda la eternidad la lastimosísima caída de todo el género humano por la transgresión de Adán, decretó la primera obra de su bondad en el misterio oculto desde los siglos, por medio de la encarnación del Verbo.
“Es pues, la elección y predestinación de María algo íntimamente unido al decreto de la Redención que había de realizarse por el Verbo tan unido, que, concluye el Papa Pío IX, el destino de la Virgen fue preestablecido en un mismo decreto con la Encarnación de la Divina Sabiduría.“

Esta predestinación de Nuestra Señora, desde la eternidad, para ser Madre de Dios, empieza a realizarse con el tiempo. He aquí cómo lo expresa el Concilio Vaticano II:
” El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer… para que recibiésemos la adopción de hijos (Gál 4 4-5).
El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen.” (Credo de la Misa: Símbolo de Constantinopla).
Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus santos, deben también venerar la memoria “en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo” (Canon de la Misa. Concilio Vaticano II: Constitución Apostólica “Lumen Gentium”, capítulo VIII n.52).

María, llena de gracia

Al tener el privilegio de nacer inmune de pecado, o sea la parte negativa de su santificación, la plenitud de gracia verifica la parte positiva de esa admirable limpieza original del alma de María. Ya que el pecado es absolutamente incompatible con la gracia, la misma plenitud de gracia de la Virgen exige de por sí la ausencia, en todo momento, del pecado original y actual.
La gracia es una participación de la naturaleza de Dios en la criatura racional, que, entonces, vive de la vida de Dios es un don sobrenatural que infundido por Dios en el alma, nos hace justos, agradables a Dios y amigos suyos, sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
En el Evangelio de San Lucas leemos: ” Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una virgen desposada con un varón llamado José… entrando junto a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc l, 26-28).
Palabras semejantes de boca del arcángel en nombre de Dios no pueden menos de ser la expresión más palpable de la benevolencia divina, la que a su vez no puede ser menos que la plenitud de la gracia santificante. Esta sola prerrogativa de Nuestra Señora la haría de por sí acreedora al título especial de culto con que la honra el pueblo cristiano.

Virtudes de la Madre de Dios

Juntamente con la infusión de la gracia santificante, la criatura racional, en el momento de recibirla, recibe igualmente las virtudes sobrenaturales, es decir, esas fuerzas indispensables para poner en actividad la vida nueva que le ha sido dada: la fe, la esperanza, la caridad y demás virtudes morales infusas que, juntamente con los dones del Espíritu Santo, constituyen la estructura del organismo sobrenatural, es decir, todas las facultades y poderes de obrar bien y practicar actos virtuosos que le sirvan para conseguir méritos para la vida eterna.
María Santísima, al recibir desde el primer momento de su concepción la plenitud de gracia, conjuntamente fue adornada de la más profunda fe, de la más confiada esperanza y el más encendido amor de caridad con Dios y los prójimos, además de la infinidad de virtudes morales.
En el Evangelio y en la tradición cristiana aparece María llevando a la ejecución en grado heroico todas las más hermosas virtudes de que Dios adornó su alma, para que fuera digna Madre de Cristo, Dios y hombre verdadero.

“Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor ” (Lc l, 45)
No podría darse mejor testimonio de la fe profunda de Nuestra Señora que esta expresión inspirada de su prima Isabel.

La esperanza anima toda la existencia terrena de Nuestra Señora: en virtud de ella resplandece el misterio de su soledad y sacrificio; la vemos asimismo en la espera de la venida del Espíritu Santo, en el Cenáculo, con los apóstoles: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres, y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos.” (Act l, l4)
La inmensa caridad de María la llevó a aceptar todo el peso del sacrificio que la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo le imponía para realizar los designios de Dios en beneficio de la humanidad.

No faltan, dentro de la notoria sobriedad evangélica en todo lo referente a la Madre del Señor, ciertos rasgos simpáticos de esa inmensa caridad y misericordia de la Virgen, como en las Bodas de Caná:
“Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, en la que se hallaba la madre de Jesús… Y como faltase vino, dijo a Jesús su madre: No tienen vino… La madre dijo a los sirvientes: Haced lo que El os diga” (Jn 2, l, ll)
También expresa el breve relato evangélico las demás virtudes morales de Nuestra Señora: su humildad, que la hace considerarse “sierva del Señor”, al mismo tiempo que era designada su Madre: “Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra “(Lc l, 38)

Esa humildad profunda que atrajo las bondades del cielo: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humilde condición de su sierva.” “Porque desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.” ( Lc l, 48)
La obediencia ciega a los designios de Dios, por difíciles e incomprensibles que parecieran: “Se apareció en sueños el ángel del Señor a José y le dijo: ” Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise… “Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel; porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño ” (Mt 2, l3, l9)
La prudencia resplandece en su posición discreta y sencilla, a pesar de la altísima dignidad, pero conforme en todo a la economía con que Jesús se manifestaba; la justicia en su exactitud en el cumplimiento legal de la purificación: ” Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, lo subieron a Jerusalén para ofrecerlo al Señor… Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel…” (Lc 2, 22,38)

La fortaleza, que la distingue como “Reina de los mártires”, es la virtud que resplandece en ella durante la pasión y muerte del Señor.
“Y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones ” (Lc 2,35)
La virtud de la templanza resalta de una manera peculiar en la virginidad perpetua de la Virgen.
HimnoHoy nace una clara estrella,tan divina y celestial,que, con ser estrella, es tal,que el mismo sol nace de ella.
De Ana y de Joaquín, orientede aquella estrella divina,sale luz clara y dignade ser pura eternamente;el alba más clara y bellano le puede ser igual,que, con ser estrella, es tal,que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna:nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial, que, con ser estrella, es tal,que el mismo Sol nace de ella.

Gloria al Padre, y gloria al Hijo,gloria al Espíritu Santo,por los siglos de los siglos. Amén.

Oración: Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.Amén.

19 febrero 2010

Decálogo de Cuaresma



1.- «El último enemigo en ser destruido será la Muerte». (1 Cor 15, 26)
Lee la Pasión de Jesús. Contémplala en el silencio.
¿Sabes que el Señor murió por Ti?
Qué bueno sería que, la Biblia –que tal vez la tienes como adorno en una estantería o recogida en algún armario– cumpliera con su función:
Dios quiere decirte algo. El quiere darte VIDA.

2.- «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara
por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos:
¡reconciliaos con Dios!». (2 Cor 5, 20)
Los pecados nos inmovilizan y nos apartan de Dios.
¿Cuánto hace que no te confiesas? ¿Qué lo haces directamente con Dios? Cuando estás enfermo ¿También te automedicas?

3.- «Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia». (2 Cor 9, 6)
Un cristiano sin caridad es como un lago sin agua.
Procura ayudar a quien tú creas que está necesitado.
No te justifiques afirmando “hoy día no hay pobres”.
Poder es querer.

4.- «Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré». (2 Cor 11, 30)
Ejercita la humildad. No siempre tienes la razón en todo ni por todo. Mirando a Jesús es cuando comprendemos que somos muy pequeños. ¿Por qué nos hacemos tan grandes?

5.- «Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte». (2 Cor 12, 10)
No te avergüences de tu fe. Manifiéstala allá donde te encuentres.
¿Qué no es fácil? Mira a la cruz y, en la cruz, encontrarás a uno que tampoco se encontró un camino de rosas en su vida.

6.- «Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra». (Col 3, 2)
Practica la oración. Hazte con un libro de meditación cristiana.
No te limites a repetir oraciones. Al Señor, por si lo has olvidado, también le gusta que le hables de ti, con tus palabras, de lo que ocurre y cómo estás. La naturalidad es esencial en la oración.

7.- «No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador». (Col 3, 9-10)
Haz un examen de conciencia al finalizar la jornada.
Piensa un poco en lo acontecido en el trabajo, en la familia, en la fe, en la calle, en las conversaciones.
No te acuestes sin resolver pequeñas cuestiones.
Vivirás mejor y descansarás plácidamente.

8.- «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!». (Gal 6, 14)
Está muy bien el defender la presencia de la cruz en ámbitos educativos u oficiales. Pero ¿La tienes en tu casa? ¿La llevas en tu pecho? ¿Está presente en tu habitación?

9.- «Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». (Gal 2, 20)
Cuida tu fe con delicadeza en esta cuaresma.
Los viernes, por Jesús, cumple con la abstinencia de la carne.
Participa en la oración del vía-crucis. Si te encuentras con una iglesia abierta, no lo dudes, el Señor te espera dentro. ¡Hazle una visita!

10.- «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina». (2 Tim 4, 2)
Acude a la eucaristía diaria y, sobre todo, hazlo puntualmente.
¿No merece un poco de respeto la Palabra de Dios?
¿Cómo vas a saber lo que Dios quiere de Ti, si tal vez porque no te conviene, hasta llegas tarde?

P. Javier Leoz

17 febrero 2010

Miércoles de Cenizas

El Miércoles de Ceniza en la Iglesia Católica es el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes de la Pascua.
En la Iglesia primitiva, variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto sólo daba por resultado 36 días de ayuno (ya que se excluyen los domingos). En el siglo VII se agregaron cuatro días antes del primer domingo de cuaresma estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto.
Era práctica común en Roma que los penitentes comenzaran su penitencia pública el primer día de Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el Jueves antes de la Pascua. Cuando estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X), el inicio de la temporada penitencial de la Cuaresma fue simbolizada colocando ceniza en las cabezas de toda la congregación.
Hoy en día en la Iglesia Católica, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos previo.
Esta tradición de la Iglesia ha quedado como un simple servicio en algunas Iglesias protestantes como la anglicana y la luterana. La Iglesia Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes anterior y no celebra el Miércoles de Ceniza.
El Miércoles de Ceniza la Iglesia marca el inicio del tiempo de preparación a la Pascua que termina el Jueves Santo después de mediodía, recordándonos a los cristianos que somos criaturas, que esta vida es tan sólo una preparación y que nuestro verdadero destino es llegar a Dios en la vida eterna.
Al momento de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, el sacerdote nos recuerda las palabras del Génesis, después del pecado original: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir”, que recuerdan a los fieles tres verdades fundamentales: su nada, su condición de pecadores y la realidad de la muerte.
El Miércoles de Ceniza obliga a guardar ayuno, abstenerse de comer carne, y se recomienda participar en la liturgia de la imposición de la ceniza.

¿QUIÉNES ESTÁN OBLIGADOS AL AYUNO Y ABSTINENCIA?

Hasta los 14 años cumplidos: no hay obligación de guardar ayuno ni abstinencia.

Desde los 14 y hasta los 18 años (mayoría de edad canónica): Existe la obligación de guardar la abstinencia de carne o de otro alimento todos los viernes del año, salvo si coincide con solemnidad.

Desde los 18 hasta los 59 años cumplidos: existe la obligación de abstenerse de tomar carne u otro alimento los días indicados anteriormente y de ayunar el miércoles de ceniza y el viernes santo.

Desde los 59 años de edad: desaparece la obligación de ayunar, pero subsiste la obligación de abstenerse de la carne u otro alimento.

El mundo cristiano practica esta tradición como símbolo de arrepentimiento por faltas cometidas contra Dios y contra sus semejantes.
En este día, se bendicen las cenizas que provienen de las palmas utilizadas el Domingo de Ramos del año anterior. Esta práctica es solamente un acto sacramental o de devoción, que está lleno de simbolismo de penitencia.
Si no se tiene la determinación de convertirse, ningún sentido tendrá el haber recibido la ceniza, que no es un polvo mágico. Este acto, con el que se da inicio la Cuaresma, es la oportunidad de abandonar el pecado, el egoísmo y los vicios para vivir una vida nueva.
"Si no hay determinación en cada uno de nosotros, la ceniza no surtirá ningún efecto, de por sí no tiene ningún efecto mágico, es signo externo de una determinación interior, de una decisión que tomamos de comenzar el tiempo de Cuaresma para llegar a la Pascua muertos al pecado, a nuestro egoísmo, a nuestras deficiencias, a nuestros vicios".
La determinación interior es el deseo y la acción de morir a todo aquello que separa del amor de Dios y del prójimo. También de arrepentirse, como el hijo pródigo del que habla el Evangelio, quien después de alejarse de su casa y gastar la herencia de su padre, volvió a su familia apenado por su acción.
¿Y por qué la ceniza? Porque es algo tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo, lo que expresa muy bien cómo el hombre es nada sin Dios. Por eso escuchamos: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” o “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
Si aceptas todo esto, ponte un poco de ceniza y pon en práctica en esta Cuaresma el deseo de cambiar de vida y vivir como Jesús espera que vivamos.

03 febrero 2010

DOMINGO 7 DE FEBRERO: NOS ESPERAN LA MADRE Y JESÚS EUCARISTÍA.

(foto obtenida por un peregrino )

COMO CADA DÍA 7, A LAS 16 HS: SANTA MISA Y SANTO ROSARIO.
JESÚS Y MARÍA NOS ESPERAN.

*PARA ENCONTRAR EL PERDÓN EN EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN.

* PARA ENCONTRAR LA PAZ EN NUESTROS CORAZONES, COMIENDO DEL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO.

* PARA CONTARLE A NUESTRA MADRE NUESTRAS PENAS Y ENCONTRAR EL REGOCIJO ESPIRITUAL QUE NECESITAMOS.

* PARA LLEVAR AL MUNDO LA BUENA NOTICIA Y SER VERDADEROS EVANGELIZADORES.

NO FALTEMOS A LA CITA.
( Plaza Carlos Auyero- Salta y Aarias- Lanús Este*** Ver más datos en "cómo llegar a la plaza" en este mismo blog )

01 febrero 2010

2 DE FEBRERO: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR- VIRGEN DE LA CANDELARIA




La fiesta es conocida y celebrada con diversos nombres: la Presentación del Señor, la Purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las Candelas; todos estos nombres expresan el significado de la fiesta. Cristo la Luz del mundo presentada por su Madre en el Templo viene a iluminar a todos como la vela o las candelas, de donde se deriva el nombre de "Candelaria".


Somos un nuevo pueblo, gestando un mundo distinto,
los que en el amor creemos, los que en el amor vivimos,
Llevamos este tesoro en vasijas de barro,
es un mensaje del cielo y nadie podrá callarnos.

Y proclamamos un nuevo día,
porque la muerte ha sido vencida.
Y anunciamos esta Buena Noticia,
hemos sido salvados por el Dios de la Vida.

EN EL MEDIO DE LA NOCHE
ENCENDEMOS UNA LUZ
EN EL NOMBRE DE JESUS.

Sembradores del desierto. Buenas Nuevas anunciamos
extranjeros en un mundo que no entiende nuestro canto
Y aunque a veces nos cansamos nunca nos desanimamos,
porque somos peregrinos y es el amor nuestro camino.

Y renunciamos a la mentira,
vamos trabajando por la justicia.
Y rechazamos toda idolatría,
sólo creemos en el Dios de la Vida.

EN EL MEDIO DE LA NOCHE
ENCENDEMOS UNA LUZ
EN EL NOMBRE DE JESUS.

Que nuestro mensaje llegue más allá de las fronteras
y resuene en todo el mundo, y será una nueva tierra.
Es un canto de victoria a pesar de las heridas,
alzaremos nuestras voces por el triunfo de la vida.

Y cantaremos con alegría,
corazones abiertos nuestras manos unidas,
celebraremos con alegría
porque está entre nosotros, el Dios de la Vida.

EN EL MEDIO DE LA NOCHE
ENCENDEMOS UNA LUZ
EN EL NOMBRE DE JESUS.


Nuestra Señora de la Candelaria, es la fiesta popular celebrada por los cristianos, en honor de la Virgen de la Candelaria, aparecida en Tenerife (Islas Canarias) a principios del siglo XV. Tiene lugar el 2 de febrero, Día de la Candelaria, y en algunos lugares se extiende durante varios días generalmente por ser la patrona del lugar, como ocurre en nuestro país en la región de Humahuaca.


Tras la aparición de la virgen en Canarias, y a su identificación iconográfica con este acontecimiento bíblico, la fiesta empezó a celebrare con un carácter mariano en el año 1497, cuando el conquistador de Tenerife, Alonso Fernández de Lugo celebró la primera Fiesta de Las Candelas (ya como Virgen María de La Candelaria), coincidiendo con la Fiesta de la Purificación.[
La Iglesia recomienda guardar el Día de la Candelaria como Fiesta de la Purificación de la Virgen y la Presentación de Jesús en el Templo. Esta fiesta coincide con lo que la Iglesia habría de instituir, además, como el Día de la Purificación de María, pues se celebra justamente a los cuarenta días después de Navidad; que serían los que la mujer necesitaba después del parto para quedar pura, siempre y cuando hubiese parido un varón.


Este día se bendicen la velas que los fieles usaremos durante el resto del año, para elevar nuestras oraciones. También es tradicional, pedir al Sacerdote que bendiga a los niños que estén en su primera infancia.


Al día siguiente, se celebra la Fiesta de San Blas, protector de las gargantas. Con las velas del Templo, el Sacerdote bendice las gargantas de todos los presentes en forma individual, pidiéndole a San Blas la intercesión.


Querida Virgen de la Candelaria: nos reunimos junto a ti. Traemos nuestra devoción y nuestro cariño. Acéptalo, Madre nuestra. Déjanos contemplar tus virtudes y enséñanos a imitarlas. Que nos parezcamos a ti cada día más, para agradar al Señor como tú lo hiciste y vivamos así, en paz y alegría y lleguemos luego a compartir contigo la dicha eterna de la gloria. Amén.


Oh Dios!, luz verdadera, autor y dador de la luz eterna, infunde en el corazón de los fieles la luz que no se extingue, para que, cuantos son iluminados en tu templo por la luz de estos cirios, puedan llegar felizmente al esplendor de tu gloria.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.