25 julio 2010

SOBRE LA TIBIEZA

¿Podremos oír sin temblar, de boca del mismo Dios, una tal sentencia, proferida contra un obispo que parecía cumplir perfectamente todos los deberes de un digno ministro de la Iglesia? Su vida era reglada, no malgastaba sus bienes. Lejos de tolerar los vicios, se oponía a ellos con tesón; en nada daba mal ejemplo, y su vida parecía digna de ser imitada.. Sin embargo, a pesar de todo esto, vemos que el Señor le advierte, por ministerio de San Juan, que, si continúa viviendo de aquella manera, le rechazará, esto es, le castigará y reprobará. Tanto más espantoso es este ejemplo cuanto son muchísimos los que siguen tal camino, viven del mismo modo, y tienen su salvación muy insegura. Cuán grande es el número de que a los ojos del mundo no son tenidos por pecadores reprobados, ni pertenecen tampoco a los escogidos! ¿Por cual de esos caminos andamos? ¿Seguimos la recta vía? Lo que más debe espantarnos es que no lo sabemos. ¡Horrible incertidumbre! Probemos, sin embargo, de investigar si sois tan desgraciados que pertenezcáis al número de los tibios. Voy, pues: 1.° A mostraros las señales por las cuales podréis conocerlo, y 2.° Si pertenecéis a tal clase, os indicaré los medios de salir de ella.

I.- Al hablaros hoy del estado espantoso de un alma tibia, no es mi propósito haceros la pintura horrible y desesperante del alma que vive en pecado mortal, sin deseos de salir de él: esta pobre desgraciada es una víctima de la cólera de Dios para la otra vida. Al hablaros del alma tibia, no quiero referirme tampoco a los que no confiesan ni cumplen la Pascua. Dejémoslos en su ceguera, ya que en ella quieren permanecer. Pero me dirá alguno, ¿es que aquellos que se confiesan, cumplen la Pascua y comulgan con frecuencia, no se salvarán? Cierto que no todos, amigo mío; pues, si se salvasen la mayoría de los que frecuentan los sacramentos, habríamos de convenir en que el número de los escogidos no es tan pequeño como realmente será. Sin embargo, reconozcámoslo: cuantos tengan la dicha de llegar al cielo, serán escogidos entre los que frecuentan los sacramentos, más nunca entre los que ni cumplen la Pascua ni se confiesan.

-¡Ah!, me dirás entonces, si todos ellos que no se confiesan ni cumplen la Pascua se condenan, grande será el número de los réprobos!

-Si, no hay duda que será grande. Y por más que digas, si vives como pecador, serás también contado en ese número. Mas ¿no te hace temblar tal pensamiento? Si no llegaste al último grado de endurecimiento, al pensar en esto debieras estremecerte. ¡Dios mío!, ¡cuán desdichada la persona que ha perdido la fe! Lejos de aprovecharse de estas verdades, esos pobres ciegos se burlarán de ellas; y, no obstante, digan lo que digan, pasará lo que yo os anuncio; sin confesión ni cumplimiento pascual, no habrá cielo ni felicidad eterna. ¡Dios mío!, ¡cuán horrible ceguera la del pecador!

No entiendo tampoco por alma tibia la que quisiera pertenecer al mundo sin empero dejar de ser de Dios: la que ahora veréis postrarse delante de Dios, su Salvador y Maestro, y más tarde la veréis postrarse ante el mundo, su ídolo. ¡Pobre ciego, el que tiende una mano a Dios y otra al mundo, llamando a los dos en su auxilio, prometiendo a ambos su corazón! Ama a Dios, o a lo menos quiere amarle; pero también quisiera Sagrada al mundo. Cansado de esforzarse en ser de ambos, acaba importa entregarse exclusivamente al mundo. Vida extraordinaria la suya, la cual nos ofrece tan singular espectáculo, que uno no llega a convencerse de que se trate de la vida de una misma persona. Voy a mostraros ese espectáculo de una manera tan clara, que tal vez muchos de vosotros os tendréis por ofendidos; mas ella poco importa, yo os diré siempre lo que debo.

Digo que aquel que quiere ser del mundo sin dejar de pertenecer a Dios lleva una vida tan extraordinaria, que las diferentes circunstancias que la rodean son difíciles de conciliar. Decidme: ¿os atreveríais a creer lo que esa joven que veis en esas partidas de placer, en esas reuniones mundanas, en las que siempre triunfa el mal en daño del bien, entregándose a todo cuanto puede desear un corazón maleado y pervertido, es la misma que, no hace aún quince días o un mes, visteis postrada ante el tribunal de la Penitencia, confesando sus culpas, haciendo ante Dios protestas de estar dispuesta a morir antes que recaer en pecado? ¿No es aquella misma que visteis acercarse a la Sagrada Mesa con los ojos bajos y la plegaria en los labios? ¡Dios mío!, ¡qué horror! ¿Podremos pensar en ello sin morir de compasión? ¿Creeréis que aquella madre que, hará unas tres semanas, enviaba a su hija a confesarse y, muy razonablemente, le recomendaba que considerase seriamente lo que iba a hacer, y al mismo tiempo le entregaba un rosario o un libro; hoy la instiga a ir a un baile? Decidme: ¿ no es esa persona que esta mañana estaba en el templo cantando las alabanzas del Señor, la misma que ahora emplea aquella misma lengua en cantar canciones infames y sostener las más torpes conversaciones? ¿No es éste aquel dueño o padre de familia que no ha mucho estaba oyendo la Santa Misa con gran reverencia, cual si quisiese emplear muy santamente el domingo, el mismo que ahora está trabajando y haciendo trabajar a toda su dependencia?

Dios mío!, ¡qué horror! ¿Cómo pondrá Dios todo esto en orden el día del juicio? ¡Ay!, cuántos cristianos condenados! Y digo más: aquel que quiere agradar al mundo y a Dios, lleva una vida de las más desdichadas. Ahora vais a ver cómo. Ved aquí una persona que frecuenta los placeres, o que ha contraído algún mal hábito; lo .cuál no ha de ser su temor mientras cumple sus deberes religiosos, es decir, mientras ora, se confiesa o comulga? No quisiera ser vista de aquellos con quienes danzó, en cuya compañía pasó las noches en la taberna, y con los cuales se entregó a toda suerte de desórdenes. Ha llegado hasta a engañar a su confesor, ocultándole lo peor de sus culpas, y de esta manera ha obtenido permiso para comulgar, o mejor, para cometer un horrendo sacrilegio; su gusto sería comulgar antes o después de la Santa Misa, o sea cuando en la iglesia no hay nadie. Aunque también le complace ser vista de las personas buenas, que ignoran su mala vida, v a las cuales espera hacer concebir ventajosa opinión de sí misma. Con las personas piadosas habla de religión, mas con la gente irreligiosa sólo se ocupa de placeres mundanos. Se avergonzaría de cumplir sus prácticas religiosas delante de los compañeros o compañeras de sus desórdenes. Es esto tan cierto, que un día alguien llegó a pedirme que le diese la sagrada comunión en la sacristía, para que no le viese nadie. ¡Qué horror! ¿Podremos considerar sin estremecernos tal manera de proceder?

Mas sigamos adelante, y veremos los apuros v compromisos de esas personas que quieren seguir al mundo, sin dejar tampoco a Dios, a lo menos en apariencia. He aquí que se acerca el tiempo del cumplimiento pascual. Es preciso ir a confesar; no es que lo deseen, ni que de ello sientan necesidad; antes, a ser posible, quisieran que la Pascua viniese sólo cada treinta años. Mas sus padres conservan aun la practica exterior de la religión, y se hallan satisfechos al ver que sus hijos se acercan a la Sagrada Mesa, y casi los fuerzan a confesarse: en lo cual no obran bien, por cierto. Rueguen por ellos enhorabuena, más no los inquieten, para llegar por fin a un sacrilegio. Para librarse de la importunidad de sus padres, para salvar 1as apariencias, esas personas se confabularan para tratar del confesor de quien mejor puedan esperar el ser absueltas la primera a la segunda vez.

«He aquí, dirá uno, que hace ya muchos días que mis padres me están importunando para que vaya a confesar. ¿Donde iremos, pues?» – «No podemos ir a nuestro párroco, pues es muy escrupuloso, y no nos dejaría cumplir la Pascua. Iremos a ver a Fulano. El absolvió a esos y aquellos, que ciertamente llevan realizadas más hazañas que nosotros». Otro dirá: «Te aseguro que, si no fuese por mis padres, no cumpliría el precepto pascual; pues el catecismo nos dice que, para hacer una buena confesión, es preciso dejar el pecado y las ocasiones de pecar, y nosotros no hacemos ni la uno ni lo otro. Háblote sinceramente, me hallo muy apurada cada vez que llega la Pascua. Estoy deseando estar colocada, para dejar definitivamente esa vida de doblez. Entonces haré una confesión de toda mi vida, para reparar las que ahora estoy haciendo; de lo contrario, no moriría contenta».

- «A mi parecer, le contestara su interlocutora, deberías volver al mismo con quien te confesaste hasta el presente, pues te conocerá mejor »

-«¡Ah!, eso si que no; iré al otro que no me quiso absolver, porque no quería llevarme a la condenación ».

- «¡Ah; tonta!, ¿que importa eso?, todos tienen el mismo poder».

- «Esto es lo que se dice cuando se esta bueno y se mira la muerte de lejos; más, en cuanto una se pone enferma, ve las cosas de muy distinta manera. Fui un día a visitar a Fulana, que estaba muy enferma; me dijo que jamás volvería a confesarse con aquellos sacerdotes tan fáciles de absolver, pues, queriéndoos salvar, os arrojan al infierno». Mirad de qué manera se portan esos pobres ciegos. «Padre mío, dicen al sacerdote, vengo a confesarme con usted porque nuestro párroco es demasiado escrupuloso. Quiere hacernos prometer cosas que no podemos cumplir; quisiera él que fuésemos santos, y esto no es posible en este mundo. Quisiera que nunca pusiésemos el pie en una sala de baile, que nunca frecuentásemos las tabernas y casas de juego. Si alguien ha contraído algún mal habito, no concede la absolución hasta que se haya enmendado en absoluto. Si debiésemos seguir sus ordenes, jamás podríamos cumplir la Pascua. Mis padres, que son muy religiosos, siempre me están importunando porque no cumplo la Pascua. Haré cuanto pueda, pero es imposible asegurar que jamás volveré a las diversiones citadas, pues uno no sabe en qué ocasiones se ha de encontrar» .

- ¡Ah!, le dirá el confesor, engañado por ese lenguaje, bien veo que tu párroco es un poco escrupuloso. Reza el acto de contrición ; yo te absolveré, más procura ser bueno. Esto es, inclina la cabeza; vas a hollar la Sangre adorable de Jesucristo, vas a vender a tu Dios, como Judas le vendió a sus verdugos y mañana comulgaras, o mejor, le crucificaras. ¡ Horror! ¡Abominación! ¡Anda, infame Judas, anda a la Sagrada Mesa; ve a dar muerte a tu Dios y a tu Salvador! Deja clamar a tu conciencia; mira de ahogar los remordimientos en cuanto te sea posible.

Más yo me extiendo demasiado; dejemos a esos pobres ciegos en las tinieblas donde moran.

Pienso que estáis deseando saber en que consiste el estado de un alma tibia. Pues vedlo aquí: El alma tibia no esta aun absolutamente muerta a los ojos de Dios, ya que no están enteramente extinguidas en ella la fe, la esperanza y la caridad, que constituyen su vida espiritual. Pero su fe es una fe sin celo; su esperanza, una esperanza sin firmeza, y su caridad, una caridad sin ardor. Voy ahora a pintaros el retrato de un cristiano fervoroso, esto es, de un cristiano que desea verdaderamente salvar su alma, en parangón con el de una persona que lleva una vida tibia en el servicio de Dios. Pongámoslos uno al lado del otro, y podréis ver a cual de los dos os asemejáis. El buen cristiano no se contenta con creer todas las verdades de nuestra santa religión, sino que además las ama, las medita, busca todos los medios para penetrarlas mejor; le gusta oír la palabra de Dios; cuanto, más la oye, mayores deseos tiene de volver a oírla, pues desea aprovecharse de ella, esto es, evitar todo cuanto Dios le prohíbe, y practicar todo cuanto Dios le manda. No solamente cree que Dios ve todas sus acciones y las juzgara a la hora de la muerte, sino que además tiembla cuantas veces le viene el pensamiento de que un día habrá de dar cuenta de toda su vida ante Dios. Y no se contenta con pensar y temer, sino que todos los días trabaja en enmendarse, todos los días inventa nuevas maneras de mortificarse; tiene en nada todo cuanto ha hecho hasta el presente; se lamenta de haber perdido un tiempo precioso, durante el cual hubiera podido atesorar grandes riquezas para el cielo.

¡Cuan diferente es el cristiano que vive en la tibieza! No deja de creer todas, las verdades que la Iglesia enseña, más de una manera tan débil, que en ella casi no toma parte su corazón. No duda de que Dios le ve, de que esta siempre en su santa presencia; pero, a pesar de ese pensamiento, no es ni más bueno ni menos pecador; cae en pecado con tanta facilidad cual si no creyese en nada; esta muy persuadido de que, mientras viva en tal estado, es enemigo de Dios; más no por eso sale del mismo. Sabe que Jesucristo dio al sacramento de la Penitencia el poder de perdonar nuestros pecados y de acrecentar nuestra virtud. Sabe que dicho sacramento nos concede gracias proporcionadas a las disposiciones con que nos acercamos a recibirlo más no importa: la misma negligencia, la misma tibieza en la practica. Sabe que Jesucristo esta real y verdaderamente en el sacramento de la Eucaristía, alimento absolutamente necesario para su alma; sin embargo, ¡mirad cuan poco desea recibirlo! Sus confesiones y comuniones no son frecuentes; solamente se determina con ocasión de alguna gran festividad, de un jubileo, de una misión; o bien va para no distinguirse de los demás, pero no para alimentar su pobre alma. No solamente no trabaja para merecer una tal dicha, sino que ni tan solo envidia la suerte de los que se acercan frecuentemente a gustar de sus dulzuras. Si le habláis de las cosas de Dios, os responderá con una indiferencia que muestra bien a las claras cuan insensible sea su alma a los bienes que nos puede proporcionar nuestra santa religión. Nada le conmueve: escucha la palabra de Dios, es cierto, pero no es raro el caso en que se fastidie; la escucha con pena, por costumbre, cual una persona que cree saber ya bastante, y portarse lo suficientemente bien para no necesitar tales instrucciones. Las oraciones demasiado largas le molestan. Su espíritu esta aun absorbido por las obras que acaba de ejecutar, o por las que va a comenzar terminada la oración ; se fastidia tanto, que su pobre alma parece estar en la agonía vive aun, pero ya no es capaz de hacer nada en orden al cielo.

La esperanza del buen cristiano es firme; su confianza en Dios es inquebrantable. Nunca pierde de vista los bienes y los males de la otra vida, tiene siempre presente en su espíritu el recuerdo de los sufrimientos de Jesucristo; su corazón casi no se ocupa de otra cosa. Unas veces piensa en el infierno, para considerar la magnitud del castigo que el pecado merece, y la desgracia de quien lo comete, lo cual le dispone a preferir la muerte al pecado; otras veces, para excitarse al amor de Dios y para sentir la grandeza de la dicha de quien ama más a Dios que a todas las cosas, fija su pensamiento en el cielo, y se representa la magnitud del premio de quien lo deja todo por Dios. Entonces solo desea a Dios, solo quiere a Dios: nada valen para él los bienes de este mundo; le gusta verlos despreciados, y los desprecia el mismo; los placeres mundanos le causan horror. La muerte no le atemoriza, pues sabe muy bien que solo ella puede librarle de los males de esta vida y juntarle con Dios para siempre.

Mas el alma tibia esta muy alejada de tales sentimientos. Los bienes y los males de la otra vida casi no le interesan: piensa en el cielo, es cierto, más sin desear verdaderamente alcanzarlo. Sabe que el pecado le cierra las puertas de la celestial mansión; a pesar de esto no procura corregirse, a lo menos de una manera eficaz; por eso se la encuentra siempre ser la misma. El demonio la engaña haciéndole formar muchos propósitos de convertirse, de obrar mejor en adelante, de ser mas mortificada, más reservada en sus palabras, más paciente en sus penas, más caritativa para con el prójimo. Pero nada de esto cambia sensiblemente su vida hace ya veinte años que se halla animada de buenos deseos, sin haber mejorado en nada sus costumbres. Se parece a una persona que sintiese deseos de pensar en cargo triunfal, más no se dignase ni tan solo levantar el pie para subir a el. No quisiera renunciar a los bienes eternos por los bienes terrenales; pero no desea ni abandonar la tierra, ni llegar al cielo, y si pudiese pasar esta vida sin penas ni tristezas, nunca pediría salir de este mundo. Si la oís quejarse de que esta vida es muy larga y despreciable, será porque las cosas no le andan como quisiera. Si el Señor, para forzarla en alguna manera a desligarse de esta villa, le envía penas y miserias, ya la tenemos inquieta, triste, abandonándose al llanto, a las quejas y muchas veces a una especie de desesperación. Parece coma si no quisiese reconocer que es Dios quien le envía esas pruebas para su bien, para hacerle perder la afición a esta vida y atraerla a Él.

¿Qué hizo ella para merecerlas?, piensa para si; otros mucho más culpables no se ven tan castigados.

En la prosperidad, no diremos que el alma tibia llegue a olvidarse de Dios, mas tampoco se olvida de si misma. Sabe referir muy bien todos cuantos medios empleo para salir con éxito; piensa que muchos otros no habrían logrado lo que ella logro; y se complace en repetirlo, y le gusta oírlo repetir; cuantas veces lo oye, experimenta una nueva sensación de alegría. Con aquellos que la lisonjean, toma un aire jovial; más con los que no le tuvieron el respeto que cree merecer, con los que no se mostraron agradecidos a sus favores, muestra siempre un gesto de frialdad e indiferencia, cual si continuamente les estuviese echando en cara su ingratitud. El buen cristiano, en cambio, lejos de creerse digno de algo Y capaz de la menor obra buena, solo tiene ante sus ojos la humana miseria. Desconfía de quienes le adulan, cual si fuesen lazos que el demonio le tiende; sus mejores amigos son aquellos que le dan a conocer sus defectos, pues sabe que, para enmendarse, es preciso conocerlos. En cuanto le es posible, hove las ocasiones de pecar: teniendo siempre presente que la más leve cosa es capaz de hacerle caer, no fía nunca en sus solos propósitos, en sus fuerzas, ni tan solo en su virtud. Conoce, por propia experiencia, que no es capaz de otra cosa que de pecar; pone toda su esperanza y toda su confianza en solo Dios. Sabe que el demonio a nadie teme tanto como al alma aficionada a la oración, y esto le mueve a hacer de su vida una oración continuada, mediante una íntima conversación con su Dios. Pensar en Dios le es cosa tan familiar como la respiración; con gran frecuencia levanta su corazón a lo alto: se complace en pensar en Dios como en su Padre, su amigo, su Señor que le ama tiernamente y desea con anhelo hacerle feliz en este mundo y aun más en el otro. En una palabra, hace consistir su felicidad en las penas y aflicciones, en la oración, el ayuno y la practica de la presencia de Dios. El alma tibia no pierde enteramente su confianza en Dios; pero no desconfía lo bastante de sí propio. Aunque se pone a menudo en ocasiones de pecar, piensa siempre que no va a caer. Si sobreviene la caída, la atribuye al prójimo y afirma que otra vez tendrá mayor firmeza.

Aquel que ama verdaderamente a Dios y pone el mayor interés en la salvación de su alma, toma todas las precauciones posibles pares evitar la ocasión de pecar. No se contenta con evitar las faltas graves, sino que pone gran diligencia en combatir las más leves culpas que en su conducta descubre. Considera siempre como un gran mal todo cuanto puede desagradar a Dios en lo más mínimo; mejor dicho, aborrece todo cuanto desagrada a Dios. Figurase como si estuviese al pie de una escalera, a cuya circa debe subir; ve que, para lograrlo, no hay tiempo que perder; por esto cada día adelanta de virtud en virtud hasta el momento de entrar en la eternidad. Aquí tenéis lo que hace el alma que trabaja por Dios y desea verle. Como el relámpago, no encuentra limites ni retrasos, hasta que llegue a sepultarse en el seno de su Creador. ¿Por que nuestro espíritu se traslada con tanta facilidad de una parte a otra del mundo? Para darnos a entender con cuanta rapidez debemos dirigirnos a Dios con nuestros pensamientos y deseos.

Mas no es este el amor de Dios del alma tibia.. No hallamos en ella esos deseos ardientes, ni esas llamas abrasadoras que nos hacen vencer todos cuantos obstáculos se oponen a la salvación. Para pintaros exactamente el estado del alma que vive en la tibieza, os diré que se parece a una tortuga o a un caracol. No anda, sino que se arrastra por la tierra, v apenas se la ve cambiar de sitio. El amor divino que siente en su corazón es semejante a una pequeña chispa de fuego, oculta en un montón de cenizas; ese amor se halla rodeado de tantos pensamientos y deseos terrenales, que, si no llegan a ahogarlo, impiden su incremento y poco a poco lo van extinguiendo. Cuando el alma tibia llega a este punto, permanece ya del todo indiferente ante tal pérdida. Su amor carece de ternura, de actividad, de energía, apenas capaz de mantenerla en la observancia de lo que es esencialmente necesario para salvarse; pero ella tiene por nada o muy poca cosa todo lo demás. ¡Ay!, el alma vive en su tibieza como una persona en el estado de somnolencia. Quisiera obrar, pero su voluntad está tan debilitada que no tiene ánimo ni fuerza para cumplir sus deseos (Prov., XXI, 25.).

Cierto que el cristiano que vive en la tibieza cumple aún con bastante regularidad sus deberes, a lo menos en apariencia. Todas las mañanas rezará arrodillado sus oraciones; recibirá los sacramentos por la Pascua y aun muchas otras veces durante el año mas todo ello con tanta displicencia, tanta dejadez y tanta indiferencia, con tal falta de preparación, con tan poca eficacia en el mejoramiento de su vida, que claramente se ve que cumple sus deberes sólo por hábito y por rutina; porque es tal fiesta yen ese día tiene la costumbre de practicar tal devoción. Sus confesiones y comuniones no serán sacrílegas, si queréis; pero son confesiones y comuniones sin fruto, las cuales, en vez de perfeccionarle a los ojos de Dios, le hacen aún más culpable. En cuanto a sus oraciones, sólo Dios sabe de qué manera son hechas: ¡ay! sin preparación. Por la mañana, no es de Dios de quien se ocupa, ni tampoco de la salvación de su alma, sino solamente de trabajar. Su espíritu está tan lleno de las cosas de la tierra, que no queda en él lugar para el pensamiento de Dios. Piensa en lo que hará durante el día, dónde enviará sus hijos o sus criados, de qué manera emprenderá tal o cual obra. Para rezar, se arrodilla, es verdad; mas no sabe ni lo que quiere pedir a Dios, ni lo que le es necesario, ni hasta delante de quién se halla; claramente lo delatan sus modales tan faltos de respeto. Viene a ser un pobre que, aunque miserable, no quiere nada, se complace en su pobreza. Es un enfermo casi desahuciado, que desprecia los médicos y los remedios, y se complace en su enfermedad. Veréis a esa alma tibia no tener reparo alguno en hablar durante el curso de sus oraciones, bajo cualquier pretexto; cualquier cosa se las hace abandonar, si bien pensando que las continuara más tarde. ¿Quiere ofrecer a Dios el día, rezar el benedicite, dar las gracias ? Todo eso practica, es verdad; pero muchas veces sin saber ni atender a quien habla. Quizá ni tan solo deja su trabajo. ¿Se trata de un hombre?, pues lo veréis entretenerse dando vueltas a su gorro o sombrero entre las manos, cual si mirase si es bueno o estropeado, cual si quisiera venderlo. ¿Se trata de una mujer?, pues rezara mientras corta el pan para la sopa, echa leña al fuego, o bien yendo a la zaga de sus hijos o de sus sirvientas. Las distracciones en la oración no serán del todo voluntarias, si queréis; preferiría no tenerlas; pero, como para apartarlas debe hacerse cierta violencia, las deja ir y venir libremente.

El alma tibia quizá no para el día del domingo trabajando en obras que los que tienen menos religión consideran como prohibidas; pero no tiene escrúpulo en remendar una prenda de ropa, en arreglar tal o cual cosa de uso domestico, en enviar los pastores al campo durante la hora de los oficios, bajo el pretexto de que tienen que dar de comer al ganado; prefiere dejar perecer su alma y la de sus trabajadores a dejar perecer las bestias. Si es un hombre, reparara sus herramientas o sus vehículos para el día siguiente; ira a visitar sus tierras, tapara un agujero, arreglara sus cuerdas, transportara cubos o los remendara. ¿Que os parece? ¿No es esto lo que sucede en realidad?

El alma tibia se confesara aun todos los meses y quizá más a menudo. Pero ¿que confesiones? Sin preparación, sin deseos de corregirse ; y si los concibe, son ellos tan débiles que el primer soplo los echa por tierra. Sus confesiones no son más que una repetición de las pasadas, y aun gracias que no tenga nada que añadir. Hace ya veinte años se acusaba de lo que se acusa hoy, dentro de veinte años, si aun se confiesa, repetirá lo mismo. El alma tibia no cometerá, si queréis, grandes pecados; pero, si se trata de una leve murmuración, de una mentira, de un sentimiento de odio, de aborrecimiento, de celos, de un pequeño disimulo, con facilidad los comete. Si no la respetáis cual cree ser merecedora, os lo echara en cara so pretexto de que con ello se ofende a Dios; pero mejor diría que es porque ella misma se siente ofendida.

Cierto que no dejara de frecuentar los sacramentos, más las disposiciones con que va a recibirlos inspiran lastima. Encierra a su Dios en una cárcel sucia y oscura, No le da muerte, pero le deja en su corazón sin alegría, sin consuelo; todas sus disposiciones delatan que aquella pobre alma no tiene más que un soplo de vida. Una vez recibida la Sagrada Comunión, el alma tibia casi no piensa en Dios más que los otros días. La manera de portarse nos da a entender que no se ha dado cuenta de la magnitud de su dicha.

La persona tibia reflexiona muy poco sobre el estado de su alma, y casi nunca vuelve la vista hacia el pasado; si le viene al pensamiento la necesidad de portarse mejor, cree que, una vez confesados sus pecados, debe permanecer perfectamente tranquila. Asiste a la Santa Misa casi como a un acto ordinario; no considera seriamente la alteza de aquel misterio, y no tiene inconveniente en conversar sobre cualquier cosa mientras se dirige al templo; quizá ni se le ocurrirá nunca pensar que va a participar del mas grande de los dones, que Dios, con ser Dios, pudo otorgarnos. Piensa ciertamente en las necesidades de su alma, pero con debilidad de espíritu; muchas veces se presenta ante su Dios sin saber siquiera lo que ha de pedirle. Durante los oficios, no quiere dormirse, es cierto, y hasta come que los demás lo adviertan; pero no se hace la menor violencia. Tampoco quisiera tener distracciones durante la oración o la Santa Misa; más, como ello implicaría cierta lucha, las tolera con paciencia, aunque no las desee. Los días de ayuno casi no los distingue, pues o bien adelanta la hora de la comida, o bien hace una abundante colación, casi equivalente a una cena, alegando el pretexto de que el cielo no se alcanza con hambre. Al practicar algunas buenas obras, a menudo su intención no es del todo pura: unas veces son para complacer a alguien, otras por compasión, otras hasta para agradar al mundo. Para los tales, todo cuanto no sea un grave pecado, resulta ya aceptable. Les gusta pacer el bien, pero no quieren hallar dificultades al practicarlo. Hasta les gustaría visitar a los enfermos, pero seria preciso que los enfermos viniesen a ellos. Tienen medios de hacer limosna, conocen a las personas que están necesitadas; pero esperan a que se la vengan a pedir, en vez de anticiparse, con lo cual sus obras serian doblemente meritorias. En una palabra, la persona que lleva una vida tibia no deja de practicar muchas buenas obras, de frecuentar los sacramentos, de asistir puntualmente a las funciones; más en todos sus actos veréis una fe débil, lánguida, una esperanza que a la menor prueba se viene abajo, un amor de Dios y del prójimo sin ardor y sin gusto; todo cuanto hace no resulta enteramente perdido, más poco le falta para ello.

Considerad ahora delante de Dios en que lado os halláis: ¿en el de los pecadores, que lo abandonaron ya todo, que no piensan ya en la salvación de su pobre alma, que se hunden en el pecado sin remordimiento alguno? ¿En el lado de las almas justas, que solo ven y buscan a Dios, que se inclinan siempre a pensar mal de si mismas y quedan en seguida convencidas cuando se les hace notar algún defecto suyo; que se creen siempre mil veces mas miserables de lo que opinan los demás, y tienen en nada todo cuanto hicieron hasta el presente? O bien, ¿pertenecéis al numero de aquellas almas perezosas, tibias e indiferentes, tal como acabamos de pintarlas? ¿Cual es el camino por donde andáis? ¿Quien podrá estar seguro de que no es ni pecador, ni tibio, sino de los escogidos? ¡Ay!, ¡cuantos parecen buenos cristianos a los ojos del mundo, más son tibios a los ojos de Dios, que lo ve todo y conoce nuestro interior!

II.-Pero, me diréis, ¿de que medios hemos de valernos para salir de tan miserable estado? – Si deseáis saberlo, atended un momento. Y, ante todo, debo advertiros que el que vive en la tibieza, en cierto sentido está más en peligro que aquel que vive en pecado mortal; y que las consecuencias de un tal estado son acaso más funestas. He aquí la prueba. El pecador que no cumple el precepto pascual, o que ha contraído hábitos malos o criminales, lamentase, de vez en cuando, del estado en que vive, en el cual está resuelto a no morir; desea salir del mismo, y un día llegara a hacerlo. Mas el alma que vive en la tibieza, no piensa en salir de ella, pues cree estar bien con Dios.

¿Que habremos de concluir de esto? Vedlo aquí. Esa alma tibia viene a ser un objeto insípido, insustancial, desagradable a los ojos de Dios, quien acaba por vomitarlo de su boca; o sea acaba por maldecirlo y reprobarlo. ¡Oh Dios mío, a cuantas almas pierde ese estado! Si queréis hacer que un alma tibia salga de su estado, os contestará que no pretende ser santa; que, con tal de entrar en el cielo, ya tiene bastante. No pretendes ser Santo, y no consideras que solo los santos llegan al cielo. O ser Santo, o réprobo: no hay termino medio.

¿Queréis salir de la tibieza? Llegaos frecuentemente a la puerta de los abismos, en donde se oyen los gritos y los alaridos de los réprobos, y podréis formaros idea de los tormentos que experimentan por haber vivido tibiamente y con negligencia respecto al negocio de su salvación. Levantad vuestros pensamientos hacia el cielo, y considerad cual sea la gloria de los santos por haber luchado y por haberse violentado mientras estaban en la tierra. Mirad lo que hicieron para merecer el cielo. Mirad que respeto sentían por la presencia de Dios; que devoción en sus oraciones, las cuales no cesaban en toda su vida. Mirad su valentía en combatir las tentaciones del demonio. Ved con que gusto perdonaban y hasta favorecían a los que los perseguían, difamaban o les deseaban mal. Mirad su humildad, el desprecio de si mismos, el gusto con que se veían despreciados, y el terror con que miraban las alabanzas y la estimación del mundo. Mirad con que atención evitaban los más leves pecados, y cuán copiosas lagrimas derramaban por sus culpas pasadas. Mirad que pureza de intención en todas sus buenas obras: no tenían otra mira que Dios, solo deseaban agradar a Dios. ¿Que más os diré? Mirad aquella muchedumbre de mártires que no pueden hartarse de sufrimientos, que suben a los cadalsos con mayor alegría que los reyes al trono. Terminemos. No hay estado más terrible que el de aquella persona que vive en la tibieza, pues antes se convertirá un gran pecados que un tibio. Si nos hallamos en tal estado, pidamos a Dios, de todo corazón, la gracia de salir de é1, para emprender el camino que todos los santos siguieron y así poder llegar a la felicidad de que ellos disfrutan.

22 julio 2010

11° ANIVERSARIO DE LA PRIMERA MANIFESTACIÓN DE LA VIRGEN A MARCIA

[caption id="attachment_456" align="aligncenter" width="225" caption="FOTO DE UN PEREGRINO, DEL 7/11/08, EN LA QUE EN EL ROSTRO DE LA VIRGEN APARECE TAMBIÉN REFLEJADO EL ROSTRO DE JESÚS."]FOTO DE UN PEREGRINO, DEL 7/11/08, EN LA QUE EN EL ROSTRO DE LA VIRGEN APARECE TAMBIÉN REFLEJADO EL ROSTRO DE JESÚS.[/caption]

El pasado 21 de julio, con absoluta sencillez, un grupo de peregrinos, servidores, misioneros de María del Espíritu Santo y del cenáculo, compartimos una breve procesión por la Plaza y un Rosario meditado.

Hemos rezado a la Madre, para que interceda ante el Señor por las intenciones de cada uno, por nuestro país, por la Iglesia toda y por todos los que no pudieron ir para que nuestros corazones se conviertan cada día, llenándonos del Espíritu Santo y pidiendo que nunca nos alejemos de Él : única y verdadera fuente de salvación.

Nos pidieron especiales oraciones, que les compartimos para que nos ayuden a orar, por dos niños: Elías y Angel, con problemas de salud.

Nos preparamos espiritualmente para el 7 de agosto, que será sábado y la Plaza se colmará de peregrinos, día en que María del Espíritu Santo de Lanús, desciende tan especialmente en la Plaza, para llenar nuestros sentidos de su fragancia.

18 julio 2010

MIÉRCOLES 21 DE JULIO, 17 HS.- LA VIRGEN NOS ESPERA EN LA PLAZA DE LAS APARICIONES-

Después de cumplir los 16 años, siendo el día 21 de Julio de 1999 a las 7 de la mañana, Marcia escucha una voz femenina muy dulce que le habla pidiendo arrepentimiento y conversión. Ella lo anota sin saber de dónde o de quién provenía.

Una semana después, el día 29 de Julio de 1999, anocheciendo, de regreso de un viaje realizado con su familia a San Nicolás de los Arroyos, en la camioneta de su papá, comienza a sentir fuertes palpitaciones en el pecho que van en aumento. Era la primera vez que esto le sucedía. De pronto y estando con los ojos cerrados, percibió un gran destello de luz blanquísima. En principio no le dio mucha importancia a este hecho, pensando que se trataba de la luz interior del vehículo que se encendía.

Inmediatamente se repite ese extraño destello y al abrir los ojos, para su sorpresa, encuentra frente suyo a una Señora de una belleza sin igual, hermosa, luminosa y sonriente de pie sobre una nube. La Señora llevaba puesto una túnica blanca sin costuras, un manto muy grande de color azul y un lazo debajo del busto del color del manto. Sus cabellos eran muy largos, castaños y apenas ondeados, su tez muy pálida y sus ojos grandes, azules y expresivos. Estaba rodeada de una luz dorada y llevaba su cabeza coronada con una aureola con cinco estrellas (cuyo significado revelaría mas tarde, diciendo que representa a los cinco continentes). En el centro del pecho se veía su Inmaculado Corazón luminoso y el Espíritu Santo en forma de paloma de luz que revoloteaba cerca Suyo.

AL CUMPLIRSE EL 11° ANIVERSARIO DE LA PRIMERA APARICIÓN DE LA VIRGEN, EL CENÁCULO NOS CONVOCA A RECIBR A LA MADRE DEL CIELO, QUE DESCIENDE EN LA PLAZA, PARA REZAR JUNTOS EL ROSARIO, EN ESTE TAN HERMOSO ANIVERSARIO.

MIÉRCOLES 21 DE JULIO, 17 HS- PLAZA CARLOS AUYERO- SALTA Y ARIAS, LANÚS ESTE.

COMPARTIMOS CON UDS. UN VIDEO DE "TELENUEVE" CON EL RELATO ASOMBRADO DE UN CONMOVIDO CRONISTA Y TESTIMONIOS DE LOS PEREGRINOS.

¡LA VIRGEN NOS ESPERA !



11 julio 2010

TESTIMONIO DEL 7 DE JULIO DE 2.010




El sacerdote, Padre Jorge de San José de los Obreros de Gerli, celebró la Misa. Realmente es una bendición contar con alguien tan generoso, contenedor, alegre y afectivo. Nos dijo que María le pone calidez a la religión, que no demos un solo paso en la Fe, sin pedir su mediación, como claramente la ofreció en las bodas de Caná. Nos explicó que somos libres, verdaderamente libres, cuando nos dejamos llevar por el Amor de Jesús y María.


Cuando dió la bendición pidió especialmente que elevemos las estampas y que creamos que esas estampas, con la bendición y el poder que Dios le da a las manos del sacerdote, sanan. Que no las guardemos y se las demos a todos los enfermos del alma y el cuerpo que las necesiten.
Al comienzo, se hizo una reflexión sobre el tema de la ley que está tratando el Congreso, convocando a la marcha del 13 de julio. Después explicó el tema de los horarios, tal cual como lo expresó la página oficial hace unos días. Todo el día 7 es un día de peregrinación a este bendito lugar de aparición. Si bien, por cuestiones lógicas se establece un programa, entre las 16 hs. y las 19 hs. con la Misa como oración central, sumado al Rosario, las visitas a las imágenes y la entrega de agua bendita, pétalos de rosas y estampas. Se explicó, también, que las canillas del agua bendita están abiertas los días 7 y los miérc y vie a las 17 hs., no por un capricho, sino para evitar el mal uso de la misma.


El cenáculo nos invitó a todos a ser misioneros, difusores de la advocación. Y nos recordó que el 21 e julio, 11° aniversario de la primera manifestación de la Virgen a Marcia, sería importante que concurramos para rezar juntos el Rosario, a las 17 hs.


Como cada día 7, el sol brilló en plenitud, a pesar de la tormenta unas horas antes y la cerrazón del cielo hasta media tarde. María del Espíritu Santo llenó de calor y aroma a rosas otra hermosa y fría tarde de invierno.Llenó de calor y aroma a rosas, nuestros corazones necesitados de su mediación.
eL VIDEO, PUDEN VERLO HACIENDO CLICK EN:

04 julio 2010

MIÉRCOLES 7 DE JULIO: LA VIRGEN NOS ESPERA EN LANÚS.


COMO CADA DÍA 7, NUESTRA MADRE SANTA MARÍA DEL ESPÍRITU SANTO, DESCENDERÁ SOBRE LA PLAZA DE LANÚS, PARA ACUNARNOS Y DERRAMAR LLUVIAS DE GRACIAS.


SI BIEN ESTÁ PREVISTO A PARTIR DE LAS 16 HS. EL SANTO ROSARIO Y LA SANTA MISA, REZADOS EN COMUNIDAD, A VIRGEN PIDIÓ QUE SE VAYA AL “LUGAR DE ENCUENTRO CON DIOS” EN PEREGRINACIÓN, DURANTE TODO EL DÍA 7.


MUCHOS TESTIMONIOS DAN MUESTRA DE HERMOSOS SIGNOS, REGALOS DE LA VIRGEN. SIN EMBARGO, EL MAYOR SIGNO QUE PROFETIZÓ LA SANTA MADRE EN SUS MENSAJES A MARCIA, ES LA CONVERSIÓN DE LOS CORAZONES.


NOS ENCONTRAMOS EN LA PLAZA ESTE MIÉRCOLES 7 DE JULIO. NO OLVIDEMOS LLEVAR ROSAS PARA LA VIRGEN Y JESÚS Y ALIMENTOS NO PERECEDEROS O ROPA EN BUEN ESTADO PARA AYUDAR A A FAMILIAS NECESITADAS .


LES REGALAMOS UN IMPRESIONANTE TESTIMONIO DE CONVERSIÓN, DE UN JOVEN MUCHACHO DE LA ZONA NO SE PIERDAN UNA SOLA PALABRA PORQUE ES REALMENTE MUY PROFUNDO Y SINCERO.


TESTIMONIO


¿Por qué buscáis donde no hay nada? ¿Por qué no abrís los ojos al amor? .El amor es Dios y Yo Soy vuestra Madre, Madre que no se cansa de esperar; de esperar a un hijo que seencuentra extraviado.
Mi vida era lo que se llamaría normal, buena según el mundo, en donde ya todo es relativo ,donde podemos robar, pelear, maltratar a los demás pero pensamos que seguimos siendo buenos, donde se defiende el aborto, el asesinato de un bebito y venden en cada farmacia por unos pocos pesos a una madre, el arma vestida de pastilla que mata al que vive en ella.


Donde se le dice al asesinato: salud reproductiva, donde se piensa que a los nenes de 10 años hay que madarlos a ese infierno llamado cárcel, donde se piensa que la gente pobre no debería tener tantos hijos, que deberían dejar de nacer chicos para pasar hambre,(tan hijos de Dios como nosotros) en lugar de preocuparnos porque nazcan y que su familia tenga lo que necesitan.
Yo era uno de estos, todo lo que dije antes lo hacia y lo defendía. Mi proyecto de vida era acostarme con todas las mujeres que pueda, ser musculoso y nada más. No me importaba nada más. Toda la vida perseguí esa gloria del mundo, y la conseguí.


Fui insultando a la iglesia, gritando a mis papás, levantándole la mano, los hice sufrir mucho, ellos matándose siempre trabajando para que no me falte nada, para que pueda estudiar, y yo rechazaba trabajos diciendo “mamá yo voy a disfrutar la vida, no voy a vivir para trabajar y estudiar ”.


Lo único que importaba era acostarme con cuanta mujer pudiera, no importaba si era casada o no, no importaba nada. Pero yo rezaba, le pedía a Dios que me vaya bien con ella, que me crezca mas este músculo, o sea Dios mío que moriste en la cruz por mi y te despellejaron por amor a mi, ayúdame a pecar más, a golpearte un poquito más” .


Así estaba, tan lejos de Dios, pero para mi era bueno y para los demás también, estamos en una oscuridad tan grande que no nos damos cuenta de que en este mundo se le da la espalda a Dios. Había hecho una religión a mi gusto.


Bueno y dejo ahí porque si sigo con las cosas malas no me va a alcanzar la hoja, aunque al hablar de todas estas cosas malas que hacia, que defendía y aconsejaba, también estoy hablando de la inmensa e infinita misericordia y amor de nuestro Señor Jesús, de su fidelidad, de su Verdad, haciendo vida pasajes de la Biblia como el hijo pródigo o el pastor que deja el cielo, deja a las ovejas que están seguras en el corral, y baja hasta el barro y la miseria para levantar a la oveja perdida y llevarla en sus brazos con el.


Bueno yo estaba me sentía en la gloria y tenia todo lo que quería. Hasta que un día mi mamá, esta mamá que lloró tanto por las malas conductas de su hijo, me cuenta que la Virgen María se aparece en Lanús y viene todos los días 7 y yo dije wauuuu la Virgen.


La verdad me puso contento, y también me contó de sus mensajes y me puse a leer lo que la Virgen quería decirnos. Y empecé a saber cuanto nos quiere María, me acordé de que era además de la mamá de Dios la mía, todo muy hermoso, pero también pude ver lo tanto que la hacemos sufrir y llorar. La mayoría de veces que bajaba del cielo a hablarnos , venía llorando.¿Y a quién le gusta que llore la mama de uno?


También nos cuenta lo que sufre Dios y lo que nos quiere. Y ahí se fue ablandando un poco el cascote que tenia en el pecho.


Bueno, un domingo 7 (los días en que Mamá Maria prometió venir) fuimos a la plaza con mi familia. Y me pasó lo que por supuesto, no estaba en mis planes, volver a Dios. Al pisar la plaza, que Nuestra Señora puso por nombre Lugar de Encuentro con Dios, fui muy serio y respetuoso, sabiendo que ella estaba ahí e iba a bajar del cielo para venir a estar con nosotros.
Al pensar en la Madre y al ver a nuestro Señor en la Cruz bañado en sangre (la cruz que el Señor le hizo hacer a la vidente para que veamos y dejemos de pecar) se asomo en mi una angustia y ganas de llorar y desde ahí todo cambio. Empecé a leer mas los mensajes de Maria, a rezar el rosario todos los días a ir a Misa los domingos.


Por supuesto que leyendo lo que nos dice Maria y lo que hacia yo era como la noche y el día, Dios pedía blanco y yo toda la vida haciendo negro, no pegaba una, ni una bien .


Y bueno, cuando me confesé me escribí como 5 hojas el primer día, 4 hojas el segundo, y así estuve un par de meses. Pero todos los pecados desde el principio del mundo hasta el final solo son una gota en el océano de misericordia de Dios .


Y de a poco fue cambiando mi forma de ver las cosas, primero me resistía porque toda la gloria entre comillas que tenia era toda contraria a lo que Jesús quería, seguirlo a el me implicaba dejar de hacer todo lo que hacia. Pero bueno su amor es mas grande y te va conquistando y enamorando y todas las miserias que conté antes solo dicen una cosa: Qué grande es el amor de Dios, qué imagen errada tenemos de este Dios fiel que soporta las peores traiciones, que no se aparta de nosotros a pesar de negarlo y lastimarlo. Que sólo quiere perdonarnos y que vayamos a disfrutar del cielo y estemos a su lado para siempre.


Este Dios grande, todopoderoso , creador del cielo y de la tierra, que todos los días se hace chiquitito y se mete adentro de un pedacito de pan y después se queda en el sagrario, ese rinconcito de la iglesia para estar con nosotros, para darnos vida, para curarnos de nuestras miserias y que estemos unidos a el. En muchos mensajes el Señor habla de lo triste y solo que se siente en el Sagrario porque nadie lo va a visitar, y El, a pesar de que nos quejamos si tenemos que dedicarle una hora el domingo y a duras penas vamos, el sigue bajando del cielo, porque nos ama, con amor eterno.


Hoy por gracia de Dios, este que vivía para acostarse con todas , hace dos años vive en castidad y espera llegar así hasta su casamiento.


Hoy disfruto de pensar aunque sea unos segundos en Maria y en Jesús y se te llena el corazón. Hoy me arrodillo y me doy cuenta de que Dios no esta allá lejos si no que viene al lado mío para escuchar lo que le quiero decir.


También les digo que no es fácil cumplir con el Señor, pero el nos da la gracia. Sólo pide que lo queramos.


La conversión es nueva todos los días, uno va a seguir cayendo, nadie puede decir ya está me convertí, pero vayan con confianza con Dios que el no rechaza a nadie.
Recen, déjense envolver por el amor de Dios en la oración, y sientan como se ablanda el corazón. Consuelen al Señor y a María que sufren tanto por el desamor de nosotros sus hijos. No se pierdan de este gran Dios y de la más hermosa Mama que el Señor eligió para El y para todos nosotros.


¡ LA VIRGEN DE LANÚS NOS ESPERA !

01 julio 2010

La vida de oración y la contemplación en medio del mundo

Durante muchos siglos de la historia de la espiritualidad, ha sido opinión muy difundida que la contemplación es un fenómeno reservado exclusivamente al estado de vida religioso, hasta el punto de que la locución «vida contemplativa» se utilizaba como equivalente a «vida religiosa». Esto se debe a un dar por supuesta la incompatibilidad entre acción o vida activa, y contemplación o vida contemplativa. En consecuencia, una vida plenamente inmersa en el mundo era considerada como un obstáculo insuperable para el cristiano que quisiera llegar a ser contemplativo: para ello, éste tendría que abandonar necesariamente las actividades seculares.

San Josemaría Escrivá de Balaguer y la contemplación en medio del mundo:

Uno de los rasgos esenciales del mensaje que Dios confió a San Josemaría Escrivá de Balaguer es precisamente la plena y abierta proclamación de la contemplación en medio del mundo: «La contemplación no es cosa de privilegiados. Algunas personas con conocimiento elementales de religión piensan que los contemplativos están todo el día como en éxtasis. Y es una ingenuidad muy grande. Los monjes, en sus conventos, están todo el día con mil trabajos: limpian la casa y se dedican a tareas, con las que se ganan la vida.
Vamos a tratar de delinear ahora los rasgos característicos de la contemplación en medio del mundo según las enseñanzas de San Josemaría. En primer lugar señalaremos cómo en ellas aparece claramente indicado que la oración contemplativa no se ha de limitar a unos momentos concretos durante el día: ratos dedicados expresamente a la oración personal y litúrgica, participación en la Santa Misa, etc., sino que ha de abarcar toda la jornada, hasta llegar a ser una oración continua. En 1940 escribía: «Donde quiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos –en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar–, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios. Porque todo –personas, cosas, tareas– nos ofrece la ocasión y el tema para una continua conversación con el Señor».

Contemplación en medio del mundo y santificación del trabajo:

En las enseñanzas de San Josemaría, la posibilidad de alcanzar esta oración contemplativa continua depende estrechamente de una realidad, que constituye el núcleo más profundo del espíritu del Opus Dei: la santificación en medio del mundo a través del trabajo profesional. En efecto, cuando describía el espíritu que Dios le había confiado, señalaba que éste «se apoya como en su quicio, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo. La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestro iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios».
El Fundador del Opus Dei solía sintetizar sus enseñanzas sobre la santificación del trabajo con una fórmula ternaria, muy frecuente en sus escritos: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo, o bien, con la frase equivalente: santificar la profesión, santificarse en la profesión y santificar a los demás con la profesión. Al formular esta trilogía, seguía habitualmente el orden citado, lo cual expresa su profunda convicción de que la santidad personal (santificarse en el trabajo) y el apostolado (santificar con el trabajo) no son realidades que se alcanzan sólo con ocasión del trabajo, como si éste fuera algo marginal a la santidad, sino precisamente a través del trabajo, que ha de ser santificado en sí mismo (santificar el trabajo). Con la frase central del tríptico: santificarse en el trabajo, quería dejar claro que el cristiano que por voluntad divina se halla plenamente inmerso en las realidades temporales, debe santificarse no sólo mientras trabaja, sino también precisamente por medio de su trabajo, que de este modo se convierte en medio de santificación: «Al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como una realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora».
Cuando San Josemaría propone el trabajo profesional como medio de santificación para el cristiano corriente no está enseñando que el trabajo, considerado como mera actividad humana, santifique por sí mismo, por decirlo de algún modo, ex opere operato, como santifican los sacramentos, porque en sus enseñanzas, la expresión santificarse en el trabajo es inseparable de santificar el trabajo, es decir, el trabajo «que santifica» es al mismo tiempo un trabajo «santificado», o sea, el que reúne las siguientes características: estar bien hecho humanamente, elevado al plano de la gracia –y por tanto realizado en estado de gracia–, llevado a cabo con rectitud de intención –para dar gloria a Dios–, por amor a Dios y con amor a Dios. En definitiva, el trabajo que constituye un medio de santificación es el que, con la gracia divina, se realiza de tal manera que ha llegado a convertirse en oración. Así lo afirma explícitamente San Josemaría en el texto siguiente: «No entenderían nuestra vocación los que (...) pensaran que nuestra vida sobrenatural se edifica de espaldas al trabajo: porque el trabajo es para nosotros, medio específico de santidad. Lo que quiero deciros es que hemos de convertir el trabajo en oración y tener alma contemplativa». «Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración».
«Lo extraordinario nuestro es lo ordinario: lo ordinario hecho con perfección. Sonreír siempre, pasando por alto –también con elegancia humana– las cosas que molestan, que fastidian: ser generosos sin tasa. En una palabra, hacer de nuestra vida corriente una continua oración».

La posibilidad de transformar el trabajo en oración:

Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei, reflexionando sobre las enseñanzas de éste, explica el fundamento teológico de la posibilidad de transformar el trabajo en oración: «Pero, ¿es verdaderamente posible transformar la entera existencia, con sus conflictos y turbulencias, en una auténtica oración? Debemos responder decididamente que sí. De lo contrario, sería como admitir de hecho que la solemne proclamación de la llamada universal a la santidad realizada por el Concilio Vaticano II, no es más que una declaración de principios, un ideal teórico, una aspiración incapaz de traducirse en realidad vivida para la inmensa mayoría de los cristianos. El fundamento teológico de la posibilidad de transformar en oración cualquier actividad humana y, por tanto, también el trabajo, es ilustrado por el Santo Padre Juan Pablo II en la Encíclica Laborem exercens (n. 24), donde, al describir algunos elementos para una espiritualidad del trabajo, afirma: “Puesto que el trabajo en su dimensión subjetiva es siempre una acción personal, actus personæ, se sigue que en él participa el hombre entero, el cuerpo y el espíritu. Al hombre entero ha sido dirigida la Palabra del Dios vivo, el mensaje evangélico de la Salvación”. Y el hombre debe responder a Dios que lo interpela con todo su ser, con su cuerpo y con su espíritu, con su actividad. Esta respuesta es precisamente la oración. Puede parecer difícil poner en práctica un programa tan elevado. Sin la ayuda divina es ciertamente imposible. Pero la gracia nos eleva muy por encima de nuestras limitaciones. El Apóstol dicta una condición precisa: hacer todo para la gloria a Dios, con absoluta pureza de intención, con el anhelo de agradar a Dios en todo (cfr. 1 Co 10, 13)». Como se puede observar en este texto, Mons. Álvaro del Portillo, tomando pie de la antropología teológica de Juan Pablo II aplicada concretamente a la realidad del trabajo, sostiene una concepción globalizante de la oración, podríamos decir «personalista», donde el sujeto de la misma es la persona entera, con su cuerpo y con su alma. Por ello, cuando un cristiano realiza su trabajo profesional con perfección humana, con rectitud de intención, con y por amor de Dios, está ya haciendo oración: todo su actuar –no sólo su pensar, sino también su obrar corporal– expresa externamente la comunión de amor con Dios que existe en su corazón, y esto constituye una verdadera oración, que se podría llamar «oración de las obras», ya que en ella se ora con y a través de las obras. A fin de cuentas, es la virtud de la caridad la que dignifica el trabajo, que sin dejar de ser trabajo en un plano humano, resulta elevado por el amor de Dios a una dimensión teologal, donde es al mismo tiempo verdadera oración. Así lo afirmaba explícitamente San Josemaría: «El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios (1 Co 10, 31)».
Volviendo a la trilogía antes mencionada, entendemos mejor ahora que el contenido de la expresión santificarse en el trabajo no es una mera compaginación, más o menos conseguida, entre ocupaciones temporales y vida teologal, entre el trabajo y la oración. A decir verdad, lo que allí se propone no es una yuxtaposición entre las dos realidades, sino más bien la plena unión de ambas, de tal forma que los dos conceptos llegan a identificarse. Así lo enseñaba San Josemaría: «Nuestra vida es trabajar y rezar, y al revés, rezar y trabajar. Porque llega un momento en que no se saben distinguir estos dos conceptos, esas dos palabras, contemplación y acción, que terminan por significar lo mismo en la mente y en la conciencia».

El trabajo santificado y santificante se convierte en verdadera oración contemplativa:

«Cuando respondemos generosamente a este espíritu, adquirimos una segunda naturaleza: sin darnos cuenta, estamos todo el día pendientes del Señor y nos sentimos impulsados a meter a Dios en todas las cosas, que, sin Él, nos resultan insípidas. Llega un momento, en el que nos es imposible distinguir dónde acaba la oración y dónde comienza el trabajo, porque nuestro trabajo es también oración, contemplación, vida mística verdadera de unión con Dios –sin rarezas–: endiosamiento».
Las actividades humanas nobles no constituyen para San Josemaría un obstáculo para la contemplación, por lo que no es necesario alejarse del mundo para alcanzarla. Es más, ya que el trabajo proporciona la materia para la misma, cuando más inmerso está un cristiano en las realidades temporales, más espíritu contemplativo puede y debe poseer.
Lo que San José María propone como contemplación en medio del mundo es verdadera oración contemplativa, y no una contemplación rebajada o de segunda categoría. En este sentido, escribía en Forja: «Nunca compartiré la opinión –aunque la respeto– de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles. Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura». Y este mirar a Dios se realiza precisamente a través de los acontecimientos y circunstancias que entretejen la vida ordinaria, como escribe en el mismo libro: «Contempla al Señor detrás de cada acontecimiento, de cada circunstancia, y así sabrás sacar de todos los sucesos más amor de Dios, y más deseos de correspondencia, porque Él nos espera siempre, y nos ofrece la posibilidad de cumplir continuamente ese propósito que hemos hecho: “serviam!”, te serviré».
En una homilía el Fundador del Opus Dei señalaba: «Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid –insisto– ese algo divino que en los detalles se encierra». En este mismo lugar, San Josemaría hace hincapié en que la vida ordinaria es el lugar donde se ha de encontrar a Dios: «Hijos míos, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres». En un estudio teológico sobre esta homilía, P. Rodríguez propone como una de las enseñanzas centrales de la misma, la tesis siguiente: «Las situaciones que parecen más vulgares, arrancando desde la materia misma, son metafísica y teológicamente valiosas: son el medio y la ocasión de nuestro encuentro continuo con el Señor», y después de realizar un análisis teológico de la expresión «materialismo cristiano» empleada por San Josemaría, escribe: «La unidad entre la vida de relación con Dios y la vida cotidiana –trabajo, profesión, familia– no viene desde fuera sino que se da en el seno mismo de esta última, porque aquí, en la vida común, se da una inefable “epifanía” de Dios, particular y personal para cada cristiano: ese algo santo, que cada uno debe descubrir».

El itinerario de la oración cristiana:

El Catecismo de la Iglesia Católica presenta una visión dinámica de la vida de oración, al hablarnos de «tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón», señalando de este modo que no hay barreras entre los diversos modos de orar.
En efecto, la experiencia de los santos muestra que no hay barreras infranqueables entre los diversos modos de orar, en el sentido de que en cualquier momento dedicado a la oración pueden coexistir las mencionadas tres «expresiones mayores» de ella.
Por ejemplo, según Santa Teresa de Jesús, la oración vocal y la mental no se pueden disociar, porque no es verdadera oración la de quien no está atento: «Porque a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración; no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración. Porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios». La santa enseña que cuando se ora vocalmente es preciso saber lo que decimos: «Lo que yo querría hiciésemos nosotras, hijas, es que no nos contentemos con sólo eso [pronunciar las palabras]; porque cuando digo “Credo”, razón me parece será que entienda y sepa lo que creo; y cuando digo “Padre nuestro”, amor será entender quién es este Padre nuestro y quién es el maestro que nos enseñó esta oración».
Además, la santa de Ávila enseña que la oración vocal y la contemplación pueden combinarse bastante bien. En esa línea escribe: «Si no dijeran que trato de contemplación, venía aquí bien en esta petición [del Padre Nuestro] hablar un poco de principios de pura contemplación, que los que la tienen llaman oración de quietud; mas como he dicho que trato de oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo supiere, y yo sé que sí viene. Perdonadme que lo quiero decir aquí, porque sé que muchas personas rezando vocalmente las levanta Dios a subida contemplación, sin procurar ellas nada ni entenderlo. Por esto pongo tanto, hijas, en que recéis bien las oraciones vocales. Conozco una monja que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo; y si no, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengan todas la mental! En ciertos Paternóster que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre se estaba –y en poco más– dos o tres horas, y vino a mí muy congojada, que no sabía tener oración ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Era ya vieja y había gastado su vida harto bien y religiosamente, Preguntándole yo qué rezaba, en lo que me contó vi que, asida al Paternóster, la levantaba el Señor a tener unión. Ansí, alabé al Señor y hube envidia su oración vocal». Y, también a propósito del Padre Nuestro, afirma la santa de Ávila: «Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en éste».
También el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la oración vocal puede constituir un inicio de oración contemplativa:
«La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquel “a quien hablamos” (SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección, 26). Por ello, la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa».
Encontramos la misma enseñanza en los escritos de San Josemaría Escrivá de Balaguer: «Empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra.
Por su parte, Juan Pablo II enseña que la oración vocal del Santo Rosario puede ser un camino hacia la contemplación: «El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma, y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas (…). Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza” (Exhortación apostólica Marialis cultus, 2-II-1974, n. 47)».
Sobre esta oración vocal, escribe San Josemaría Escrivá de Balaguer: «¿Quieres amar a la Virgen? Pues, ¡trátala! ¿Cómo? Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! -¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar. Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?».
La dimensión contemplativa de la vida de oración está ya presente desde el inicio de ésta, pero de manera aún muy débil, por lo que el cristiano que comienza a orar vocalmente y a meditar no es aún consciente de la contemplación incipiente, pero en la medida en que progresa en su vida de oración, comienza a prevalecer la oración contemplativa sobre las otras formas de oración, y acaba por imponerse, sin que por ello sea abandonada la oración vocal y la meditación. Cuando la dimensión contemplativa prevalece en la vida de oración, tanto la oración vocal como la discursiva o meditativa, asumen tonalidades de mayor sencillez, interioridad y recogimiento, de manera que la oración contemplativa no descarta las otras formas de oración, sino las modela y tonifica. De este modo, el estado de oración contemplativa, no es más que el predominio de la dimensión contemplativa de la vida de oración sobre otras expresiones de ésta.
En definitiva, más que de grados de vida de oración se debe hablar de tres formas o expresiones mayores de ella, teniendo en cuenta que en cada momento o situación de la vida espiritual prevalece una forma concreta de oración sobre las demás, hasta llegar a la cumbre de la vida de oración en que ésta se manifiesta principalmente como oración contemplativa.
Para alcanzar la santidad resulta imprescindible mantener un trato habitual con Dios; o dicho de otro modo: rezar. Pero este medio no consiste sólo en desgranar plegarias vocales; es hablar con Dios, poniendo en ejercicio todas las capacidades humanas: el alma y el cuerpo, la cabeza y el corazón, la doctrina y los afectos. Ser santos significa parecerse a Jesucristo: cuanto más le imitemos, cuanto más nos asemejemos a Él, desarrollando con la gracia y nuestro esfuerzo la identificación sacramental recibida en el Bautismo, mayor santidad, mayor identificación con el Maestro alcanzaremos. De ahí la importancia de esa "conversación habitual" con Él. «¿Santo, sin oración?», se pregunta San Josemaría en uno de sus libros más difundidos. Y responde concisamente: «No creo en esa santidad» (Camino, 107).
La senda de la oración no es algo que se adquiere de una vez por todas: siempre hay que estar comenzando, recomenzando, con la ilusión humana y sobrenatural de mejorar en el trato con Dios; se requiere considerarse siempre discípulo, y nunca maestro. Esta actitud, además de revelarse como un fuerte contrapeso a la posible tentación de soberbia espiritual, ayuda a no desanimarse, a no abandonar la práctica de la meditación porque nos parece que no avanzamos.
En el curso de la oración mental o meditación, lo más importante consiste en llegar al trato personal con Jesús. Todo lo demás —como leer algún párrafo del Evangelio o de un libro piadoso, reflexionar sobre lo que se ha leído, confrontarlo con la propia vida, etc., sabiendo que resulta muy conveniente e incluso necesario, se encamina a mover la voluntad, que debe prorrumpir en afectos: actos de amor o de dolor, acciones de gracias, peticiones, propósitos..., que constituyen el fruto en sazón de la oración verdadera. Se trata de decisiones de amar más a Dios y al prójimo, concretadas quizá en puntos muy pequeños, pero que dejan en el alma un regusto —no necesariamente de naturaleza sensible— que se manifiesta en paz interior y en serenidad para afrontar con nueva energía, y con el gozo de los hijos de Dios, los deberes y las ocupaciones inherentes a la propia situación.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la práctica de la oración supone un verdadero "combate" espiritual (n. 2725). Lo enseñó con las mismas palabras el Fundador del Opus Dei; y añadía que esa lucha, aunque esforzada, no es triste ni antipática, sino que posee la alegría y la juventud del deporte. Un "combate" en el que siempre estamos a la expectativa del "premio" —el mismo Dios— que se entrega íntimamente a quien persevera en buscarle, tratarle y amarle.
«Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!"» (Camino, 91).

Unos consejos para hacer oración:

«¿Que no sabes orar? —Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: "Señor, ¡que no sé hacer oración!...", está seguro de que has empezado a hacerla» (Camino, 90).
Entre los consejos prácticos que sugería San Josemaría, unos versaban sobre el lugar y el tiempo de la meditación: buscar un sitio que facilite el recogimiento interior (delante del Sagrario, siempre que sea posible), y sujetarse a un horario, sabiendo que es mejor adelantarla que retrasarla, cuando se prevé algún inconveniente; pedir ayuda a nuestros aliados, los Ángeles Custodios; tratar de convertir incluso las distracciones en materia del diálogo con Dios. Esto tiene máxima importancia, porque rezar es mantener una conversación con el Señor, no con nosotros mismos.
En esta línea se inscribe la recomendación de "meterse" en las escenas del Evangelio. «Te aconsejo —decía— que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento, porque quizá El querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones» (Amigos de Dios, 253).
Se demuestra también muy eficaz el recurso a la Virgen, Maestra de oración, y a San José, al empezar y acabar los ratos de oración. «Ellos presentarán nuestra debilidad a Jesús, para que Él la convierta en fortaleza» (Amigos de Dios, 255).
Si el alma cristiana es fiel y perseverante en el trato con Dios, su oración no quedará confinada sólo a los momentos especialmente dedicados a hablar con Él. Se prolongará durante la jornada entera, día y noche, haciendo posible que el trabajo y el descanso, la alegría y el dolor, la tranquilidad y las preocupaciones, la vida entera se convierta en oración. Así, casi sin darse cuenta, el cristiano coherente con su vocación de hijo de Dios se va convirtiendo en un contemplativo itinerante, en alma de oración.

Vida de oración:

El sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso. (Amigos de Dios, 295).
»Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como prisioneros. Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto» (Amigos de Dios, 296).
Distintivo del discípulo de Cristo es el encuentro con la Cruz. No hay que rehuirla, ni tampoco buscarla temerariamente en cosas grandes. El Espíritu Santo nos la presenta sirviéndose habitualmente del acontecer cotidiano, concediendo al mismo tiempo la gracia para amarla. La Cruz entonces no pesa: Jesús mismo, buen cirineo, la lleva sobre sus espaldas. El alma comienza a caminar por la senda de la contemplación y descubre al Señor en cada paso. Momentos de prueba se alternan con otros de calma, pero la alegría interior —compatible con el sufrimiento— no falta nunca: aquí descubriremos la señal más clara de que marchamos junto al Maestro.
Así, no se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas.