21 enero 2010

Asunción de nuestra Señora a los cielos

VISION DE LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

POR SOR MARÍA DE JESÚS DE AGREDA
De la "Mística Ciudad de Dios". 3ra. parte, lib. VIII, cap. 21.

¿Quién es ésta, que va subiendo cual aurora naciente bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant.6, 9.)
El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos.
La conveniencia de este favor y la consecuencia que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los mortales es tan creíble que, aún cuando la santa Iglesia no la aprobara, juzgáramos por impío y estulto al que pretendiera negarla.
Pero conociéronla los bienaventurados con mayor claridad, y la determinación del tiempo y hora, cuado en sí mismo les manifestó su eterno decreto y cuando fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo nuestro Salvador, llevando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos.
Y llegaron al sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras: "Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como yo resucité de los muertos, y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacer a mi semejante".
Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecieron este beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. y los que especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y después de ellos Santa Ana, San Joaquín y San José, como quien tenía particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella maravilla de su omnipotencia.
Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, como correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.
Con estos dotes salió María santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra con que estaba cerrado y porque es imposible manifestar su hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria no me detengo en esto. Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y hermosura semejante a Sí mismo.
Luego desde el sepulcro se ordenó una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los apóstoles fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro.
Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y "a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David, y tan hermosa que pudo ser admiración de los cortesanos del cielo. Convirtiéronse todos a mirarla y bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza.
Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que dejó escritos Salomón: "Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados? ¿Quién es ésta que asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con abundancia? ¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en los cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!".
Con estas glorias llegó Maria santísima en cuerpo y alma al trono real de la beatísima Trinidad, y las tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble.
El eterno Padre le dijo: Asciende más alta que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía.
El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido.
El Espíritu Santo dijo: Esposa amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísímo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos.
Allí quedó absorta María santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago interminable y en el abismo de la divinidad; los santos llenos de admiración, de nuevo gozo accidental.

Santa María del Espíritu Santo le ha dado a Marcia, en la meditación del cuarto Misterio Glorioso del Santo Rosario (la Asunción de la Virgen María a los Cielos), el siguiente mensaje:

Cuarto Misterio Glorioso: La Asunción de la Virgen María.

“Hijos, en el cuarto Misterio de Gloria, vamos a meditar en mi Asunción a los Cielos, al lado de mi Hijo Jesucristo.
Hijitos, Yo, vuestra Madre santísima, fui la primera persona que ha entrado a la casa de Dios, en cuerpo y alma.
Hijos, vuestra amada Madre, la que está sentada al lado del Señor, mi Hijo, es la que hoy os llama a volver al Padre, limpios hijitos, con corazones puros.
Hijitos, debéis ser como niños, así entraréis a la casa de Dios.
Vosotros sois todos hermanos, hijos de un mismo Padre y de una misma Madre que soy Yo.
Hijitos, esta Niña, que ha concebido al Hijo de Dios, es la que hoy os llama con todo el Corazón.
Hijos, Yo estoy en el Cielo, pero también estoy con vosotros. Yo camino con vosotros todo el tiempo, adonde vayáis, también voy Yo, nunca os dejo solos.
Hijitos, pedid a Dios que por mi intercesión, vosotros seáis como niños. Que vosotros concibáis corazones puros como el de mi Hijo y como el mío.
Amén, Amén”.

El acontecimiento fundamental para tender la mirada hacia el más allá de la muerte es la Resurrección de Cristo. Es muy importante tener presente y viva esa realidad: No estamos aquí para siempre. Lo sabemos pero vivimos como si esto fuera definitivo, y eso no es bueno. Quien vive consciente de que está de camino, avanza mejor. Lo definitivo para nosotros es Dios, es Cristo.
Después de Cristo, tenemos en María el ejemplo de una persona humana que ya llegó al término. Una persona como nosotros está allá. Eso es lo que celebramos en esta solemnidad. Debemos mirar a "lo último", no con miedo, sino con esperanza. Nos dice San Pablo: " Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia". O Santa Teresa que escribió: " Muero porque no muero".

ORACIÓN SOBRE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Alégrate y gózate Hija de Jerusalén
mira a tu Rey que viene a ti, humilde,
a darte tu parte en su victoria.

Eres la primera de los redimidos
porque fuiste la adelantada de la fe.

Hoy, tu Hijo, te viene a buscar, Virgen y Madre:
“Ven amada mía”,
te pondré sobre mi trono, prendado está el Rey de tu belleza.

Te quiero junto a mí para consumar mi obra salvadora,
ya tienes preparada tu “casa” donde voy a celebrar
las Bodas del Cordero:
Templo del Espíritu Santo
Arca de la nueva alianza
Horno de barro, con pan a punto de mil sabores.

Mujer vestida de sol, tu das a luz al Salvador
que empuja hacia el nuevo nacimiento.
Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho
de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido.

María Asunta, signo de esperanza y de consuelo,
de humanidad nueva y redimida, danos de tu Hijo
ser como tú llenas del Espíritu Santo,
para ser fieles a la Palabra que nos llama a ser,
también como tú, sacramentos del Reino.

Hoy, tu sí, María, tu fiat, se encuentra con el sí de Dios
a su criatura en la realización de su alianza,
en el abrazo de un solo sí.
Amén.

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